Hace unas semanas, en uno de mis largos viajes desde la ciudad donde estudio hasta mi pueblo, conocí a una mujer joven que esperaba el mismo bus que yo. Hablé con esa mujer poco más de media hora, pero me marcó para siempre.
Mientras esperábamos, pudimos presenciar la aparición de la policía nacional en aquella estación, que se dedicaron a registrar papeles a toda persona de color a la vista, y salió mi faceta de paleta de pueblo ya que nunca había visto nada así. Una pareja de jóvenes, imagino que de nacionalidad norteafricana, echaron a correr al aparecer la policía; uno se escondió detrás del edificio, otro en la cabina de tickets de Alsa.
La joven, Soraya, al ver mi cara de sorpresa y tristeza a la vez me habló para tranquilizarme. Me contó que eso era normal, era un hecho frecuente, y que solían pillar a varios "sin papeles". Seguimos hablando y a los 5 minutos tenía más confianza en aquella mujer que en muchos de mis vecinos con los que llevo conviviendo once años. Me contó que viajaba a Algeciras en ese bus, y que tras el largo viaje aún tenía que coger un ferry, que tenía que ir a Marruecos, su país natal, a visitar a su familia Mi mente apenas había registrado que pudiese ser extranjera, tengo ese don.
Mientras las dos mirábamos
bocabadás como un agente perseguía al joven marroquí, me contó que ella había sido, durante cuatro años, una
sinpapeles. Que llevaba 7 años trabajando en España, pero que hasta el 2009 no había conseguido ser "legal". Fue entonces cuando mi cabeza empezó a dar vueltas: ¿como podían algunas personas tachar de parásitos a los
sinpapeles? Tenía delante a una persona desconocida que se había vuelto amiga mía en cuestión de minutos, una mujer respetable y trabajadora que buscaba una vida mejor para ella y su familia - ¿de que forma o manera es eso ser un "parásito"?.
Soraya siguió contándome su vida y con cada palabra, esa joven de ojos negros me fue marcando. Me contó su experiencia como "inmigrante ilegal". Describió el miedo que se sentía al salir a la calle por si te encontrabas con la policía. Me explicó que hechos tan sencillos como estar quince minutos sentada en un banco esperando un bus, hace cuatro años le hubiera resultado imposible - había demasiado riesgo a que pasara la policía y le pidiese la documentación. La inmensa mayoría de lectores (y yo como autora) no podemos imaginar esa sensación, ese temor a perder todo por lo que has trabajado por el simple hecho de esperar un autobús. Pero eso no es todo.
Llegó el autobús con cierto retraso, pero se nos impidió subir: primero debían registrar a todos los pasajeros del bus. Con los agentes a nuestro lado, sentí el temor en los ojos de Soraya. No pasaba nada, ahora era tan legal como ellos, pero imagino que el miedo que debió sentir durante esos años nunca se irá. Y mientras aquellos agentes le pedían documentación únicamente a aquél que tenía pintas de ser extranjero, me entraron unas ganas inmensas de gritarles "¡Eh, cabrones! Que yo también soy extranjera, ¿a mi no me pedís la documentación o qué?".
Antes de subir al bus, pude seguir hablando un rato con Soraya. Ella me preguntó si era de Castellón, a lo que le respondí que no, de la Marina pero estaba aquí en mi primer año de universidad. Me contó que ella vivía aquí sola, trabajando siempre. Pero que había conseguido vacaciones para volverse a su país para visitar a su familia Y entonces me dijo algo que me marcó para siempre: "Voy a visitar a mi familia en Marruecos. Hace años que no he podido volver. Tengo una hija ahí, tendrá casi como tú, 17 años. Ella no puede estar conmigo, no le podemos conseguir papeles". Aquellos ojos negros estaban casi empapados pero los míos verdes también. Yo, que había llorado en mi primera quincena fuera de casa, porque echaba de menos a mi madre. Yo no tenía que pasar años sin ver a mi madre, yo podía estudiar en la universidad, yo era legal. En cambio su hija, que tenía la misma edad y el mismo sexo que yo no. La única diferencia era la nacionalidad. Por culpa de su nacionalidad, esa joven no podía ir a la universidad, no podía estar cerca de su madre, que estaba trabajando para un futuro mejor para esa chica, no podía estar en el mismo país que su madre porque sería ilegal.
Y entonces es cuando me gusta a mi citar aquella frase de Sho-Hai en el que dice, como el título de esa entrada:
Ningún ser humano puede ser ilegal, lo ilegal es que un ser humano no tenga dignidad.
Lo más probable es que nunca vuelva a ver a Soraya ni a su hija. Pero su historia siempre perdurará en mi memoria. Porque como ellas hay centenares, miles de personas. He conocido a tres
sinpapeles (ahora "legales") en mi vida: Soraya, los padres de mi ex (rumanos, y de las personas más luchadoras, sacrificadores y trabajadoras que he conocido en mi vida), y un joven atleta de Senegal que ahora es atleta olímpico. Personas trabajadoras que llegaron aquí para obrarse un futuro mejor, para ellos y para su familia ¿Acaso eso les convierte en seres inferiores?
NUNCA HAY QUE JUZGAR.
El color de piel tiene la misma importancia que el color de ojos: ninguna.