Hay
que darse cuenta de que la vida no va a ser siempre como queremos que
sea. Que ahí fuera hay buenos y malos, gente que nos ayudará y
gente que querrá vernos caer. Que habrán piedras, miles de piedras,
y seguramente tropezaremos unas cuantas veces con la misma. Que no
todas las mañanas va a salir el sol, y que cuando la vida se ponga a llover seguramente no llevaremos paraguas. Que como dice la famosa
cita, “hay que aprender a bailar bajo la lluvia”. Hay que darse
cuenta de muchas cosas. La vida no es rosa, ni azul, es el color
marrón mierda aquel que nos salía cuando de pequeños mezclábamos
plastilina de todos los colores esperando que nos saliera el arco
iris.
Pero hay que aprender a ver lo bonito en ese color marrón mierda.
Que
después de cada subida hay una caída en picado. Y después de cada
tormenta, unos momentos de calma. La vida es así.
Siempre
tendrás el peinado más bonito de tu vida cuando estés a punto de
acostarte. Siempre te tocará a ti la máquina de billetes que no
funciona y te acabarás perdiendo el tren.
Hay
que aprender a vivir con lo que la vida nos eche, disfrutar de lo
pequeño, de los detalles bonitos. Poder poner los pies en el asiento
de delante sin que te pille el revisor, un café caliente en las mañanas
de frío, las duchas heladas en pleno agosto, despertar sin despertador. Observar
esa
sonrisa pillina que te regala una
persona
desconocida,
que la del Mercadona te de cambio de más.
Hay
que reírse
de la vida, aprender a bailar debajo de la lluvia. Disfrutar
del pelo mojado cuando nos dejemos el paraguas, valorar que el tren
pasa más de una vez,
ir más lentos para que
cuando
nos tropecemos
con la piedra (sí, esa de siempre) por enésima vez, nos
hagamos
menos daño.