viernes, 23 de noviembre de 2012

La fragilidad de la existencia asusta

Una habitación oscura, iluminada únicamente por la débil luz anaranjada de aquella pequeña vela rosa. Afuera, las calles que recorría habían adquirido un color semejante, iluminadas por esas viejas farolas que solían fallar cuando pasabas por debajo de ellas. Algunas calles ni siquiera tenían farolas, y esas calles eran de las que más me gustaban, de ahí podía ver la luz de las estrellas en toda su perfección.
Se escuchaba el sonido de la brisa entre las hojas, era el típico viento otoñal. El cemento lleno de hojas muertas y algunos pequeños charcos. Noviembre, dulce noviembre. La lluvia se lleva todo lo malo por esas calles naranjas en otoño, es un hecho conocido. Para eso está el otoño, esa mágica estación de cambio, ¿verdad? Para llevarse lo malo, las hojas muertas, lo que sobra. Duele pero desaparece. Y cuando llega el invierno el dolor es solo una pequeña cicatriz que algún día se curará, pero eso no importa porque las cosas han cambiado. Perdura lo bueno, lo que realmente vale la pena.
En esa pequeña habitación iluminada únicamente por la débil luz anaranjada de una pequeña vela rosa apareció otra luz, la luz blanca de una pantalla. Se perciben unas manos que teclean velozmente y la cara de una joven, una joven que sueña con un otoño que se llevará lo malo y le dejará con únicamente lo valioso.

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